No solo había conflictos a nivel
estatal, la competencia por obtener los menguantes recursos y
materias primas del planeta fue en aumento, llegando a provocar
fuertes tensiones y hostilidades abiertas entre varias naciones de lo
que entonces se llamaba el primer mundo, algo impensable algunas
décadas atrás.
Ante la escalada de violencia urbana,
los gobiernos se vieron abocados a desviar el foco de los problemas
verdaderos fuera de sus fronteras, avivando el clima de aversión y
xenofobia que desde algunos sectores de la sociedad se estaba
implantando. Ni siquiera eso les ayudó a mantener sus escaños y sus
puestos en los gobiernos, el resultado de unas elecciones podían
fácilmente cambiar de signo de unos comicios a los siguientes,
pasando de un extremo a otro: el caldo de cultivo perfecto para el
caos y el desgobierno.
De entre todo este descontento
surgieron sociedades secretas, algunas apostaban por la unificación
definitiva de los pueblos del planeta y derruir toda frontera para un
futuro que auspiciaban armonioso y grandioso para la Humanidad,
mientras que otras reclamaban desandar el camino de la globalización
y retornar al viejo modelo de los estados-nación, añorantes de
épocas pretéritas y arropadas por sueños de estabilidad, progreso
o gloria. No había un programa único para la gran mayoría de estos
lobbies, lo que importaba en los discursos de estos grupos era
inspirar a la ciudadanía y ponerla de su lado, aun a costa de
contradecirse continuamente.
Pese a no haber declaradas abiertamente
guerras, los gobiernos trabajaban a destajo desarrollando nuevas
armas e ingenios que permitieran a sus países protegerse en caso de
conflicto armado. Las cicatrices de Verdún o los recuerdos de
Auschwitz parecían haber desaparecido de la memoria colectiva, y la
situación se había tornado lo suficientemente dramática como para
no andarse con remilgos a la hora de dar a luz nuevos monstruos
bélicos.
Nuestra historia tiene su origen en uno
de esos laboratorios que oficialmente no aparecen en ningún registro
del Ministerio de Defensa ni en sus partidas presupuestarias, la
instalación que lo alberga tampoco se encuentra en ningún mapa,
solo es un espacio en blanco al final de una carretera. El típico
lugar cuyos trabajadores firman cláusulas de confidencialidad y
cuyos planos de arquitectura se perdieron misteriosamente una vez
terminada la obra. Un lugar al margen de la ley y del escrutinio
público.
Únicamente los más altos cuadros
militares y una minoría del gobierno tenían constancia de que ese
lugar existiese, y de entre todos ellos tan solo una ínfima parte
estaba al tanto de los experimentos que allí se realizaban. Yo soy
una de esas personas. Y ruego al privilegiado lector que sea prudente
y se abstenga de propagar este secreto que voy a desvelarle, ya que
aún quedan peces gordos interesados en que toda esta información
quede a la sombra. Que esto quede entre tú y yo.
Hace no muchos años, durante un seco
mes de mayo, se produjo un terremoto con epicentro unos kilómetros
al oeste de la Sierra de Carrascoy, en el interior de la Región de
Murcia, no fue un gran seísmo, sin embargo, dada la superficialidad
a la que se produjo el foco, causó severos daños. La ya mencionada
instalación secreta no quedó indemne, y aunque no hubo que lamentar
graves daños a primera vista, los responsables del centro se
llevaron las manos a la cabeza cuando descubrieron grietas en la
estructura que albergaba uno de sus tanques de pruebas. La reacción
fue inmediata, pero pese a haber sellado la estancia, parte del
contenido de uno de los tanques con agentes bacteriológicos se
filtró al suelo. Era cuestión de rezar para que no pasara nada,
pero también era cuestión de tiempo para que sucediese...
A los pocos días, se obtuvieron
extraños resultados en una medición rutinaria de aguas del Río
Mula a la altura de Albudeite, localidad muy próxima a la
instalación clandestina. La contención había fracasado, la caja de
Pandora se había desatado y avanzaba por los canales de riego y los
trasvases hacia mayores focos de población, a la ávida caza de
víctimas...
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