De un giro, Sofi se impulsó para
arrojar la pesada bolsa de basura al contenedor. “Ea”, dijo a la
par que palmeaba sus manos en un gesto de aprobación. Le había
quedado muy profesional el lanzamiento, digno de unas olimpiadas. Era
la cuarta bolsa que tiraba esa noche, algo inusual para ese día de
la semana, sin duda la jornada había sido fuerte por la gran
cantidad de personas que acudieron a ver la final de la Liga de
Campeones, partido en el que un equipo español se jugaba el título. Se contaban por millares los aficionados que se habían dado cita para animar a su equipo y tomarse unas cervecillas mientras veían el partido en la pantalla gigante que dominaba el patio central del centro comercial.
Sofi no prestaba demasiada atención a
esas cosas, ni siquiera sabía qué equipos se habían enfrentado.
Para ella el fútbol era terriblemente aburrido, y tener que soportar
a tanto cliente eufórico tampoco le generaba mayores simpatías
hacia el deporte rey. Lo único importante del asunto es que los
jefes quedaran contentos ante tal avalancha de clientes, a los
camareros les venía en el sueldo soportar todo ese apabullamiento
del gentío y darse vidilla para sacarlo adelante. Y si además, después de
todas las innumerables cosas que fallaron aquella noche, el local
cerraba sin una hoja de reclamaciones, entonces podían darse con un
canto en los dientes.
Con el dorso de una mano se secó el
sudor de la frente y se echó a un lado un par de trencitas
multicolor, se palpó infructuosamente los bolsillos en busca de su
paquete de cigarrillos y su encendedor, pensó en cuánto había
fumado esa semana pero no consiguió construir un pensamiento más
elaborado que pudiera ayudarle a recordar dónde había dejado sus
cigarrillos o qué beneficios podría aportarle una vida sin tabaco.
Pensar no era lo suyo, aunque de manera casi inconsciente, siempre
solía encontrar salidas a casi todos los problemas con los que se
iba topando, y no eran malas soluciones. Sofi era ante todo una
persona sencilla pero práctica. Le gustaba guarrearse el pelo de
colorines y vestir como una hippy, sus gustos musicales tampoco eran
mucho más refinados, aunque sentía una especial debilidad por todo
aquello que viniese de Oriente o se interpretase con instrumentos
rústicos. Entre sus aficiones no se contaban visitar al gimnasio,
hacerse la depilación láser o visitar asiduamente la biblioteca; su
juventud la había pasado rodeada de drogas blandas, fuera de un aula
cada vez que tenía opción y de fiesta en fiesta hasta que tuvo edad
y contactos para acceder a raves y codearse con la crema social de la degeneración neuronal. No la clase de vida que papaíto quisiera
para su cielito. No lo que el doctor canoso de la tele pudiera
considerar un estilo de vida saludable. No lo que los señores del
gobierno pusieran como ejemplo a seguir para la juventud.
Pero la vida seguía, y pese al
sumatorio de malas influencias, decisiones equivocadas e inadaptación
social que lastraba su vida, ella no parecía demasiado preocupada.
Tenía un sueldo al que aferrarse y un grupo de gente al que llamar
clan de amigos. Las cosas podían ir mucho peor y ella lo sabía
bien, durante su juventud conoció una infinidad de malos ejemplos
con los que compararse y subir su autoestima en los momentos de
bajona existencial. Es probable que la vida resulte mucho más fácil
si naces en una cárcel de pensamiento único que vele por tu
porvenir, pero ella era no tenía elementos de juicio para imaginarse
viviendo una vida diferente en una jaula de cristal. En su veintena
larga, ella se sentía una mujer hecha a sí misma, libre y
conocedora de sus límites, hubo hombres y también mujeres, pero
ahora se encontraba libre y a la expectativa.
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