Sofi extendió su mano hasta tocar el
botón del ascensor de servicio, mientras esperaba, podía oír los
gritos de júbilo de la masa embriagada por el triunfo de su equipo,
iba a ser una noche larga en la ciudad, miles de aficionados se
preparaban para armar mucho jaleo con sus bocinas y sus bufandas por
las calles, molestando hasta altas horas. Las puertas se abrieron y
del interior surgió una sombra, indecisa, de espaldas a ella, con la
barbilla hundida en el pecho. Sofi se quedó esperando a que la
figura se decidiese a abandonar el ascensor, pero algo no parecía ir
bien.
-¿Te pasa algo?- preguntó Sofi.
La silueta se giró y mostró un
semblante aterrorizado:
-He visto algo terrible ahí abajo...
no lo vas a creer.
Al verla, Sofi reconoció a la chica,
era camarera en el restaurante que había frente al suyo, se habían
parado a charlar muchas veces en esa zona, sobre todo acerca de los
oscuros sótanos del centro comercial. En más de una ocasión se
gastaban bromas entre los propios trabajadores al bajar a los
almacenes del sótano, a veces aguardaban tras uno de los múltiples
coches abandonados que poblaban esos sótanos-garaje en desuso,
esperaban a que un despreocupado colega bajara para reabastecer su
local, y en cuanto menos se lo esperase le saltaban entre sonidos
guturales y espasmos incontrolados. El resultado era casi siempre el
mismo: gritos e impromerios resonando entre las paredes del sótano
desierto, incluso había quien salía corriendo entre chillidos
histéricos, estos eran los objetivos preferidos de los bromistas.
Sofi pensó que esta era una de esas
noches, aunque le costaba imaginarse a sus colegas con muchas ganas
de cachondeo después del palizón a trabajar que se habían pegado.
-No te preocupes, que ya bajo yo a por
limones y de paso me llevo un par de ajos y se lo explico al Conde
Drácula, a Frankenstein, al hombre lobo o a quien haga falta- dijo
Sofi con convicción.
-No es coña, hay algo ahí abajo, las
curianas estaban volando en bandadas como si fuesen gorriones, y
había algo, algo se movía por el suelo reptando a toda velocidad,
¡te lo juro que no me lo estoy inventando!
-Que sí que sí, mira, tú no te
preocupes que llevo una biblia y un crucifijo en el bolsillo por si
hay que exhortizar lo que sea, y si no vuelvo en cinco minutos, te
doy permiso para llamar a los cazafantasmas.
Sofi se acercó para pasarle una mano
por la mejilla en ademán tranquilizador pero su compañera rehusó
el gesto. Tenía la cara completamente sudada “qué se habrá
metido ésta” pensó Sofi. Reparó también en que el dedo meñique
de su colega había una pequeña manchita de sangre. Apostilló con
una nueva broma para rebajar tensión:
-¿Eso quién te lo hizo? ¿El
chupacabras?
La otra se miró sorprendida la
mano...”esta noche no me he cortado con nada... ha debido ser al
agacharme a coger las llaves... No bromeo, hay algo y me ha debido
morder... una rata o algo...”
Sofi ya no podía contenerse más la
risa y soltó una carcajada liberadora, “sí, probablemente haya
sido un caimán mutante de las alcantarillas” y sin seguir dándole
palique se metió en el ascensor y pulsó el botón del -2, una vez
dentro, puede que por los nervios, sintió una punzada risueña en
los mejillas y se llevó una mano a la boca para tapar su descarada
risotada. A saber lo que le esperaba ahí abajo.
Pero, contrario a lo que pudiera
imaginarse, no se topó con nada, tomó la precaución de encender
todas las luces para evitar ser sorprendida por ninguno de los
camareros del otro restaurante, pero se ve que éstos, de haber
perpetrado antes su broma, se habrían apresurado a regresar en el
otro ascensor para contemplar, en actitud victoriosa, el humillante
regreso de su compañera asustada.
Sofi no vio ni rastro de ellos, ni
siquiera se topó con ninguna curiana, el lugar estaba desolado y el
ambiente sordo de las celebraciones que se llevaban a cabo plantas
más arriba llegaba por la inutilizada puerta del garaje. Lo que sí
vio fue el lugar bastante encharcado, una serie de recientes lluvias
torrenciales provocaron desbordamientos del río Segura algunos
kilómetros antes de Murcia, y por las paredes se filtraba una gran
cantidad de humedad que se deslizaba hacia abajo en hileras, el nivel
freático había alcanzado el subterráneo del centro comercial y con
sus acuosas zarpas lo rodeaba.
Tras cerrar la puerta de su almacén,
Sofi se cercioró de que llevaba consigo todo lo que le hacía falta
al restaurante, se echó las llaves al bolsillo y esta vez le pareció
ver la sombra de un roedor bebiendo de uno de los charcos, pero fue
una imagen fugaz, pues las luces se apagaron en ese preciso instante.
Cuando encontró el interruptor temporizado, la silueta había
desaparecido y ella volvió a encontrarse en plena soledad.
Se dirigió hacia el ascensor y
conforme se acercaba empezó a oír de nuevo el rugido de las
celebraciones de más arriba, aunque algo había cambiado en el tono
del rumor. Algo distinto que no lograba discriminar desde ahí abajo.
Entró en el ascensor y pulsó el botón que le conduciría a la
planta baja, al amasijo de personas entregadas a la fiesta y el
jolgorio.
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